25
junio

Tahardat, paraíso turquesa

Camellos-playa

La salida de Tánger hacia Asilah, la pequeña población costera con una medina declarada patrimonio de la humanidad, se dibuja como cualquier otra ciudad occidental moderna, con grandes edificios de nuevas viviendas, un paisaje que recuerda al desarrollismo español de los años setenta. Zonas verdes, clubes de hípica, golf, el nuevo estadio tangerino e incluso grandes superficies, una de ellas llamada Tikea (¿a qué les suena?) se sitúan en la carretera a Rabat, camino de ese entorno natural próximo a una de las ciudades más cosmopolitas del norte de África. La naturaleza conserva el poder sobre las edificaciones, a pesar de los intentos de construcción de estas nuevas urbanizaciones. Parece que los marroquíes han tomado nota y no quieren convertir su litoral en una costa de sol y cemento.

Conducir por estas carreteras conlleva la necesidad de atención y paciencia. Toda una aventura porque cualquier cosa puede ocurrir, desde la aparición de un caballo o una vaca a la lentitud de uno de esos pequeños motocarros, (ay, aquellos que había en la España de los sesenta). La velocidad es moderada, unos 60 km/h, y es que el tiempo se dilata en el país alauita, se muestra como meditado, destilado para el disfrute del paisaje, de los cielos que se estiran en un celeste limpio. Prisa mata es la máxima, en una especie de toma conciencia del tiempo, de un vivir consciente del paso del mercurio, mucho más vital que el inconsciente reloj occidental.

playa Tahardat Marruecos

 

Las acacias y los pinares delimitan la mediana de la carretera en la que a pocos kilómetros recorridos empiezan a aparecer pequeñas dunas. Es un litoral atlántico y extenso, donde el horizonte marino se confunde con el de la costa. Las playas se estiran sobre la arena en un reposo final de aguas que acarician la orilla. Puestos con zumo de naranja y de cerámica, cestas cargadas de enormes higos y de otras frutas se diseminan por el reborde de la carretera.

Playas en silencio, de dromedarios, fútbol, cacahuetes y nubes en tensión, donde las litronas no existen ¿Ejemplo de desarrollo sostenible?

Un gorrilla marroquí, lugareño ataviado con el típico sombrero rifeño, indica el aparcamiento junto a un acceso a la playa. Se abre el telón infinito. Jóvenes que juegan al fútbol (todo el mundo juega al fútbol), mujeres musulmanas tapadas con velo y grandes batas a modo de bañador que juegan al parchís con los niños, y silencio.

Tahardat es una lengua de agua turquesa entre grandes dunas, un brazo atlántico que invade un río para teñirlo de un color indescriptible cuando el sol la hace brillar, como anacarada, brillante, deslumbrante. Varios hombres llevan de las riendas a los dromedarios, siempre dispuestos a pasear a quien lo desee por estos kilómetros de playa. Pero lo más impresionante es el silencio, la ausencia de gritos, altavoces a todo trapo, moscas y litronas. Se muestran respetuosos con el entorno.

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No hay chiringuitos. A lo lejos, una vez que se cruza la carretera hay un camping con su restaurante. El picnic marroquí contiene zumos de frutas, dulces, pastelas, y algunos se fabrican una peculiar barbacoa en la que asar sus pescados. Hay sitio para millones de toallas, unas playas en las que no se pisan cabezas y no existen las cervezas (el Islam prohíbe el consumo de alcohol), y tampoco las molestas moscas. Vendedores pasan con grandes bolsas de cacahuetes recién tostados y dulces de almendra y sésamo, auténticas y naturales barritas energéticas. Hay una gran seguridad. Cada cincuenta metros hay un vigilante de la playa marroquí, unos jóvenes vestidos con camiseta verde fosforescente y gorra a juego. No hay nada que temer. Solo queda disfrutar, gozar, bañarse en unas aguas no muy frías debido a su escasa profundidad. Estamos en una piscina natural, un beso del mar.

Ante este paisaje surge la comparación con las costas españolas, esos paseos marítimos consumistas, ruidosos, litroneros, borrachos y estresantes, donde escuchas el móvil del vecino y bañarse supone una aventura en una selva de sombrillas, gentes que juegan a las palas y aguas sucias de medusas y restos de los barcos. Y lo peor, desde aquella orilla española nos creemos un ejemplo simplemente porque se obtienen beneficios gracias al turismo, sea del tipo que sea. En Tahardat no hay que explicar lo que es el desarrollo sostenible.

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Fotos: Juan Luis Tapia

Juan Luis Tapia
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Periodista freelancer, una tarea que compagina con el mundo editorial, la poesía y la divulgación cultural. Durante muchos años fue redactor de Cultura del diario Ideal. Ha publicado, entre otros títulos, la antología ‘Poetas en New York’ y ‘Miradas de Nueva York (Mapa poético)’.

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