A la entrada de la vieja ciudad de Larache, del que fue Protectorado Español de Marruecos, se encuentran las ruinas romanas de Lixus, hoy ya cercadas para evitar el expolio, una pequeña colina sobre una enorme laguna, como si el agua quisiera acariciar el velo de las Hespérides. Dicen que estas ninfas del amor guardaban en este lugar del Norte de Marruecos un hermoso jardín dedicado a los placeres. La verja de entrada a este espacio arqueológico se encuentra cerrada, porque las instalaciones, centro de interpretación y recepción se encuentra en obras, pero se intuyen las columnas, los capiteles romanos y desde la carretera se observan los restos de los baños, donde un día lejano bañaron sus cuerpos las ninfas del amor.
La leyenda se adivina al contemplar este paisaje que se extiende entre dunas y brazos de mar que rozan los pinares. Bajo la ladera de Lixus, una carretera serpentea el litoral para dejar a la derecha un gran campo de golf junto al que está prevista la construcción de dos lujosos complejos hoteleros, que se ofrecen a los lugareños como futuro y prometedor recurso económico. Un pequeño chiringuito, justo en la esquina de la playa de Lixus, dispone las sombrillas en hilera y ofrece bebidas a los bañistas. “Es muy extraño ver a españoles por aquí, y es que van más adelante, a la zona de los chiringuitos de la gran playa, donde se sirve alcohol”, dice Muhammad, un marroquí de mediana edad que trabajó en Barcelona y ahora, una vez en el paro, le echa una mano a su primo en el chiringuito. Es cierto, la mayoría de los españoles van más allá, a la playa cuajada de restaurantes y bares donde se sirve alcohol y sardinas a la brasa, como si estuvieran en cualquier playa de la Costa del Sol, y por no hablar de los que se apuntan a la paella y la tortilla de patatas.
Lo mejor de la esquina de Lixus es bañarse entre ruinas romanas, que surgen de las aguas cuando baja la marea. Niños que juegan a la pelota, silencio, un té y las vistas hacia Larache, y al fondo la ciudad de las Hespérides. Como refrigerio sirven un delicioso bocadillo de atún con tomate, aceitunas y mortadela, una mezcla extraña para los paladares occidentales pero que resulta exquisita. Al entrar en el agua, centenares de pequeños peces saltan en huida para luego alojarse y picotear los pies en una sensación muy agradable.
Lo mejor de la esquina de Lixus es bañarse entre ruinas romanas, que surgen de las aguas cuando baja la marea
A modo de contraste, en otro telón de fondo aparece Larache. La ciudad conserva su pasado colonial español. El Hotel España es una reserva del vintage de aquellos años del protectorado, y más antigua aún es la huella de la Alcaicería, un mercado construido por los españoles en pleno centro, un hervidero de tiendas y puestos de todo tipo. La Plaza de Le Liberation, antiguamente de España, en su imagen nocturna se ilumina con puestos en los que venden palomitas de maíz, cacahuetes y pipas recién tostadas con unas estufas eléctricas. Justo en el centro, un pony y, para asombro de todos, una avestruz con la que hacerse una exótica foto. Y la huella hispana, un puesto de churros.
La tarde noche es un burbujeo de gente por los cafés, el paseo marítimo, las callejuelas y restaurantes. La vida bulle en estas medianas ciudades marroquíes, con una gran animación. Es bello observar las gentes en las calles, de compras en los mercados, sentadas en los cafés o, uno de los mayores espectáculos, viendo los partidos del mundial de fútbol. Hay otro ritmo, mucho más cadencioso, ocioso, de disfrute, de observación, de paz.
A pesar de la cercanía de Lixus con Larache, del que se aprecia su silueta de pequeños edificios y mezquitas, la naturaleza todavía permanece digna. Es tal la belleza de este espacio que se precisaría un excesivo número de desmanes urbanísticos para poder destrozarla. Esperemos que esto no ocurra.
Fotos: Juan Luis Tapia
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