Cerca de Larache, en el parque natural de Merdja Zerga, junto al Lac de Sidi Bourhaba, se encuentra el turístico y pesquero pueblo de Mulay Busselham, en el que una laguna de agua dulce de mezcla con la salada entre grandes dunas fósiles y barcas pesqueras que la cruzan de manera constante. La inmensidad que se aprecia de mar y arena, de lengua dulce y salada separada por grandes bancos de arena dorada abruma a quien la visita y transmite la misma paz que coloca a este pequeño pueblo en el mapa de los lugares santos marroquíes.
Mulay Busselham fue un santo egipcio del siglo X que ocupó uno de los templos que flanquean la ladera que desciende hasta el mar y protege la desembocadura del río, un lugar ideal como antidepresivo y al que acuden los marroquíes que padecen males psicológicos, quienes se encierran durante 24 horas en la tumba del santón. Al otro lado se encuentra el templo de Sidi Abd el-Galil, ideal para curar la esterilidad de las mujeres o al menos eso dicen.
Mulay Busselham, un lugar ideal como antidepresivo y al que acuden los marroquíes que padecen males psicológicos
La visita a la playa la llevamos a cabo en la víspera del Ramadán, un momento que los lugareños aprovechan de forma masiva para ‘despedirse’ del placer playero. Nada más tocar arena se aproximan algunos de los muchos pescadores que invitan a los lugareños a dar un paseo por el lago, lo que les aporta un extra a lo recogido por sus redes, muchos de esos pescados los venden en puestos del pueblo. A pesar de la inmensidad de la playa, la gente se acumula en la franja del lago, un espacio en el que no cubre del todo pero con unas peligrosas corrientes. Toda una diversión el dejarse llevar por estas fuerzas de las aguas y empezar el baño al comienzo de la playa y terminarlo donde se desee.
El paisaje es idílico, con las aves al fondo, el trasiego de las gentes, los vendedores de frutos secos, de té y de ‘donuts’ marroquíes. En este marco, que sería incomparable, aparecen tres hamacas blanquiazules y una sombrilla de Cruzcampo, una señal inequívoca de la presencia de españoles ‘on the beach’ allá donde vayan. Un grupo de jubilados dedicado a hablar de, cómo no, las pensiones y de lo barato que les sale el verano en Mulay Busselham, como si estuvieran en cualquier rincón playero de Torrenueva, Matalascañas o en la misma Velilla almuñequera. Y lo mismo que en territorio patrio, que son las dos de la tarde y han echado el arroz, así que levantan campamento. Hay personas que pasan por los lugares pero los lugares no pasan por ellos, y mucho menos se quedan. El modelito de nuestros compañeros patrios, con las camisetas de tirantes, gorra de capitán de yate y bermudas piratas, es un top-ten, una seña de identidad allende las fronteras, y un ridículo espantoso cuando pasean por el Zoco tangerino, que parecen del África Corps.
Ellos a lo suyo, mientras el paisaje natural de Busselham abre las alas en forma del más de centenar de especies de aves que hay en la laguna, puntos blancos y rosáceos que manchan un cielo azul tenso, como si lanzara un gran bostezo al universo. Hay bullicio a contrarreloj, ante el inicio del Ramadán y la playa se va vaciando de sus habitantes, que se trasladan, muchos de ellos, a la gran hilera de puestos en los que se asan sardinas, los espetos marroquíes, y se ponen a la parrilla los peces procedentes de las barcas de la laguna. Todo fresco, y tan fresco, y regado con la maravillosa limonada y naranjada.
Para regresar a Larache tomamos la autopista de peaje (un dineral de 10 dirhams, o sea menos de un euro). La autopista no es garantía de que esté excluida al paso de otros vehículos que no sobrepasen los 80 km/h, porque se puede aparecer por sorpresa una retahíla de burros, un motocarro e incluso peatones que la cruzan jugándose la vida. Lo mejor fue el paso parsimonioso y tranquilo de una cigüeña, impasible ante la velocidad de los automóviles. Quizá aquella ave era todo un símbolo del santón egipcio, de la calma y la belleza, una manera de decirnos adiós, pero sin estress. Todo es así en Busselham, una visión narcótica, onírica y surrealista, como la de un pájaro que cruza la carretera.
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