15
julio

Chaouen, rapsodie andalusí in blues

Chaouen-

Unos veinte kilómetros antes de llegar a la ciudad azul de los andalusíes, a Chefchaouen, desde Tetuán, se encuentra un pequeño pueblo con el nombre de Al Hamra. Solo la letra ‘b’ impide idéntica denominación que la fortaleza nazarí. En el Magreb y en muchos países árabes este nombre se repite para ciudades, complejos hoteleros y restaurantes, con el sentido de capturar el añorado esplendor del original nazarí. El pequeño pueblo no aparece reseñado en la red y tampoco pertenece a la ruta turística, una de las más importantes de Marruecos, que conduce a Chaouen, pero con seguridad tiene el mismo origen andalusí, el de aquellos expulsados de Granada que se refugiaron en el interior del Rif, junto a las montañas, en un pueblo cruzado por las bravas aguas de un río de altura.

Chaouen se fundó en 1471 por el mulá Abi Ben Rachid en un intento de parar las incursiones portuguesas tierra adentro desde Ceuta

 Chaouen se fundó en 1471 por el mulá Abi Ben Rachid en un intento de parar las incursiones portuguesas tierra adentro desde Ceuta. Su gran apogeo llegó con la llegada de los nazaríes expulsados a finales del siglo XV. Ciudad santa, dicen algunos historiadores que su población prohibió la entrada a los infieles so pena de muerte, una medida extrema que fue retirada durante la famosa guerra del Rif en los años veinte del siglo pasado.

Extraña la aparición de este dato en un espacio ocupado por la calma, en el que la gran montaña se posa como muralla recostada donde reposan la ciudad. Más bien es como si quisiera haberse extendido al carácter de Chaouen el carácter granadino cantado por Soto de Rojas: paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Adentrarse en las calles retorcidas de esta ciudad supone un viaje al siglo XV, a un pueblo andalusí, a un viejo Albaicín tintado de azul y malva.

Chaouen-2Abdul se presenta como estudiante que ofrece sus servicios como guía, pero un estudiante un tanto madurito, de unos cuarenta y tantos años, pero es que esa es la manera de hacer ante el visitante para capturarle. Es Ramadán y la mañana se presenta tranquila, plena de pereza y calor. Un recorrido fotográfico. Hay numerosas puertas, similares a la del vino alhambreña que dan acceso a la medina. Una vez en el interior se produce un serpenteo en un azul claro, más parecido al malva que al celeste que se oscurece con las sombras y engrandece su intensidad con la luz. Enrejados andalusíes, arcos, tinaos que se cruzan, tahonas que desprenden olor a pan recién cocido, placetas con algunos puestos abiertos, y tiendas de artesanía, una de las mejores y más apreciada de Marruecos. Recogen en su cerámica la herencia andalusí, el color azul de la fajalauza nazarí que permanece, esperemos que por mucho tiempo, en Granada.

Las viviendas con entradas en forma de cueva, como las sacromontanas, emparrados que cubren las calles y los ensanches, unas sombras que se agradecen ante el calor seco y montañoso. No puede faltar el Restaurante Granada, “que es de un marroquí que trabajó allí”, dice Abdul, y tampoco el hostal Al Hamra. “Esas montañas, todo eso verde son plantaciones de marihuana”, comenta este ‘estudiante’. Hay mucho mochilero veraniego que se acerca hasta Chaouen atraído por ‘el amor al verde’, pero el mayor aluvión turístico es nacional, de los mismos marroquíes, que eligen este pueblo para pasar el verano. Hay que olvidar entonces el mes de agosto para visitarlo, un tiempo en el que se aglomeran los ‘mochileros’ y los autóctonos.

Las casas con fachada en blanco son musulmanas pero los extranjeros tintaron las suyas de azul para repeler moscas e insectos

 Azul, es el color azul ¿Por qué? Chaouen es así debido a los extranjeros afincados en ella, quienes tintaron sus casas de este tono como repelente de las moscas e insectos. “Las moscas se asustan ante este color”, dice el guía. “Las casas de blanco son musulmanas, pero los extranjeros las han pintado de azul”, explica a modo de teoría casera Abdul. Parece ser que el remedio anti moscas y mosquitos se ha extendido a toda la población.

El río queda allende la medina. Bajo el puente se sitúan los lavaderos públicos, “porque lavar la ropa aquí es gratis”, dice Abdul. Varias mujeres se encuentran en plena colada a río revuelto, una estampa que bien podría retrotraernos al siglo XV.

Es de noche y es Ramadán. El atardecer silencia la ciudad mientras se rompe el ayuno y se escucha el almuecín. Chaouen se tiñe de un rosáceo malva, de un croma que confunde con su maravilla a la retina. Comienza la vida nocturna en una explosión de idas y venidas a las más de quince mezquitas que existen en esta población, una de ellas, la española, en lo más alto y a las afueras. Hombres con chilabas blancas y cánticos del Corán ascienden hasta ella. La vida hierve y se transforma. Las mujeres acuden a sus mezquitas, los niños juegan en las calles, se escuchan trompetas y cohetes, y se enciende la iluminación de Ramadán, parecida a la navideña católica. Uno se pierde en unas calles de azul, en una noche de luna casi llena. Hay ambiente de felicidad. En el lavadero los niños meten los pies en una tina para pisotear la ropa y ofrecer un blanco más blanco.

Al Andalus un día fue así. No ha sido un sueño. Un anciano, al vernos perdidos por la medina, se dirige a nosotros en español y pregunta de dónde somos. “De Granada”, le decimos. “Aquí todos venimos de allí”, nos contestó y seguidamente indicó el camino de salida mientras se dirigía a la mezquita. Chaouen, rapsodie andalusí in blue.

Fotografías: Juan Luis Tapia.

Juan Luis Tapia
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Periodista freelancer, una tarea que compagina con el mundo editorial, la poesía y la divulgación cultural. Durante muchos años fue redactor de Cultura del diario Ideal. Ha publicado, entre otros títulos, la antología ‘Poetas en New York’ y ‘Miradas de Nueva York (Mapa poético)’.

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