El escritor Luis Goytisolo ha cambiado la cálida Marraquech por el templado y apacible Tánger, un clima mucho más llevadero para su coronaria salud. Casi a diario aparece por la sede del Instituto Cervantes, cuya bliblioteca lleva su nombre, y se refugia en una de las salas climatizadas. Preparan una gran muestra sobre las entrevistas y reportajes, los ‘recortes de prensa’ sobre el escritor.
En el Boulevard Pasteur, la mítica arteria tangerina, el centro cosmopolita y ahora detenida muestra del esplendor beatnick y colonial, se sitúa la antigua librería Les Colonnes, que conserva una buena sección de libros en español, quizá como testimonio de lo que un día fue. En la actualidad se convierte en punto de encuentro de escritores y artistas. En este lugar hallo a un Goytisolo fatigado y como abatido. “Aquí estamos ‘ramadaneando’”, fue su frase, la que basta y sobra para introducir las vivencias sobre este periodo festivo musulmán.
Fue duro al principio, el encontrarse con una ciudad que cierra los párpados por la mañana y que se enciende y se abre cuando se oculta el sol. Llegados del ritmo occidental, en el que el tiempo tiene la etiqueta de la productividad del metal bajo su yugo, sorprende este paréntesis destinado a la reflexión y al ayuno, que pretende convertir a los musulmanes en mejores seres humanos. Pero el ramadán tiene sus altibajos, y más para personas procedentes de un mundo occidental.
Fue duro encontrarse con una ciudad que cierra los párpados por la mañana y que se enciende y se abre cuando se oculta el sol
Desde el respeto que merece estar alojado en un país extranjero que mima a sus visitantes y el que se debe a cualquier creencia religiosa, hay cuestiones que no se pueden imponer e inercias que no se deben seguir. Simular la vivencia del ramadán sería un engaño a los demás y a nosotros mismos. Decidimos ‘ramadanear’, sortear como occidentales no creyentes este tiempo y también disfrutar y aprovechar sus lecciones, las vivencias y experiencias que nos ofrece. No comer, no beber, no mantener relaciones sexuales y no fumar, así como dormir poco lleva a cualquier ser humano a un estado único y especialmente irritable.
Había que evitar beber agua en público para no levantar los ánimos y sobre todo no fumar por la calle. Fue difícil el primer día, pero al final se consiguen encontrar oasis en los que como occidentales y no creyentes poder desayunar y comer algo. “Sois turistas y no tenéis problemas, así que podéis hacer lo que queráis”, nos dijeron. Pero no es cuestión de faltar el respeto como si ante el paso de la Esperanza Macarena y en plena madrugá sevillana uno se pusiera a cortar un jamón.
Metropol, en el Boulevard Pasteur, es uno de los locales, si no el único que se encuentra abierto para servir a los occidentales en pleno ramadán. Se convierte en el centro de reunión de los españoles que habitan el centro de Tánger, algunos veteranos, jubilados, gente de negocios, agentes inmobiliarios, camioneros de paso, periodistas y el personal de Les Colonnes, lo que conforma una estampa que retrotrae a los viejos tiempos internacionales. Tampoco faltan los turistas despistados, sorprendidos por el ramadán, que buscan un espacio en el que les sirvan un refrigerio. Con sus cristales ahumados permite la privacidad en su interior, el disfrutar de un cigarrillo sin dañar los ánimos de quienes practican el ayuno.
Hay otro local abierto, La Comedia, próximo al legendario Hotel Rembrandt, donde un día se alojara Truman Capote y Tennesse Williams. El ‘ramadaneo’ permite disfrutar con gran tranquilidad de la piscina de este hotel con la estética congelada del lujo de los años cincuenta y sesenta, como si en un momento fuera a aparecer algún miembro de la beat generation.
Aunque para lujo asiático, la piscina del Minzah, el histórico establecimiento hotelero, con su patio andalusí y su terraza con fantásticas vistas al puerto, donde disfrutar de un te o un buen zumo de frutas. La venta de alcohol precisa de un permiso especial que se ve incrementado en impuestos durante el mes de ayuno musulmán, pero Casa Pepe, un antiguo colmao a la española, en una de las calles frente al Rembrandt, pone a disposición de sus clientes occidentales una gran estantería, cubierta con una cortina, con una selección de vinos españoles y franceses de gran calidad, así como licores de todo tipo.
Uno de los objetivos del ramadán es aproximarse al que sufre, al que pasa hambre y sed, al más necesitado
La vida comienza a mediodía, las tiendas abren, las panaderías, como Al Andalaouse, se llenan de clientes para adquirir los productos del desayuno. ‘Menú Ramadán Mubarak’, reza un cartel en uno de los excelentes restaurantes de Tanger Boulevard, una moderna zona de la ciudad, con centro comercial en su planta baja y gran explanada con vistas al mar. Al atardecer, cuando el sol inicia su descenso, las mesas de la terraza de estos locales se ocupan por un copioso menú de desayuno, que incluye la tradicional harira como plato caliente, al que se suman zumos, leche, huevos, tortitas, crepes, dulces, dátiles y varios bocadillos, entre otras cosas.
La modernidad tangerina se da cita en esta plaza y espera el canto del almuecín, el que anuncia la ruptura del ayuno. Se hace el silencio, el mar se tiñe en su perfil de horizonte de un tono rosáceo, suenan las voces de las mezquitas y la gente inicia la comida. Un momento mágico, en el que las familias, parejas y amigos se reúnen, conversan y contemplan la vida, y también lo que vendrá.
Palestina, las matanzas israelíes en Gaza están en las mentes de quienes se preocupan en estos días por los más débiles, las víctimas de las injusticias y los pobres. Uno de los objetivos del ramadán es aproximarse al que sufre, al que pasa hambre y sed, al más necesitado. Preguntan con extrañeza si hacemos el ramadán, y la contestación es la siguiente: “No, no lo hacemos, pero sí ‘ramadaneamos’”.
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